La democratización en Europa y América Latina

INTRODUCCIÓN

Crespo, citando a Maquiavelo menciona que la democracia funciona mejor en condiciones de mayor estabilidad y normalidad, no en tiempos de crisis; y no puede responder a situaciones que exigen de rapidez y determinación (Crespo, 2002). Otros autores consideran que como parte del proceso de democratización, la “transitología” y la “consolidología” como pseudodisciplinas  a las cuales apenas se comienza a poner atención, sobre todo en las neodemocracias nacidas por la ola de democratización post 1974 como en Europa, ante la incertidumbre de democratizar la llamada europolity hacia una Eurodemocracia nacional, cuya ciudadanía aún no estaba totalmente preparada de modo consistente y persistente para resolver su crisis general de legitimación, dentro de la lógica del gradualismo y colateralidad de la comunidad europea (Schmitter, 2005); el cambio requirió una gran dimensión política y mental que aún no ha alcanzado totalmente a los Europeos, aunque la transición surgida en 1989 acabó con su división política e ideológica (Mazowiecki, 2005) integrándola (Bartolini, 2005).

En el contexto de América Latina resulta paradójico que la región muestre orgullosamente más de dos décadas de gobiernos democráticos, pero por el otro enfrenta una creciente crisis social y serios problemas de desigualdad (PNUD, 2004). Y en nuestro país donde en su proceso de democratización, aún permanece su red de poder a través de la cual se busca someter al todo societario a su permanencia a través del control institucional y mantener la lógica de reproducción del sistema (Schmidt, 2002), cuya legado autoritario de democracia sigue siendo una convicción incierta y titubeante (Aguilar, 2003); se vive con sus “razones para el desencanto” (Saldaña, 2005), pero también con una gran cantidad de cambios y consensos entre sus actores políticos y la sociedad civil, hacia una democracia sustentable (Lascurain, 2007); cambios que no cumplen las condiciones centrales de la consolidación democrática que requieren de, la transformación del régimen y la disminución del poder de los grupos autoritarios (Valdéz, 2003); con sus miedos (Alonso, 2003), sus amenazas (Cansino, 2003), o la posibilidad de volver a empezar (Ramírez, 2003). O en otro sentido como afirma Lorenzo Meyer: “creo que las expectativas y las acciones políticas deben de ser modestas, claras, no con¬tradictorias; no espectaculares y luego fallidas; aquí hay una especie de ley del convoy, pero al revés: un convoy tiene que ir al ritmo del más lento, y aquí los candidatos tienen que ir al ritmo del más acelerado, porque si no se quedan atrás” (Meyer, 2006). Con base en Maquiavelo y Meyer, la democracia y el tránsito hacia la democratización son dos cosas, recíprocamente borrosas y lentas.

DEFINICIÓN DEL TEMA

La democracia sigue siendo un éxito cambiante e imperfecto para la práctica de la acción pública en la búsqueda del bien común, donde el poder político deriva de los ciudadanos; y en esta búsqueda del bien común, paralelamente se está en la búsqueda de un ideal que la consolide.

O´Donell menciona que plantear una tipología sobre la consolidación democrática requiere precisar dos tareas: Una, establecer un punto límite que separe todas las democracias de las no democracias, y otra, examinar los criterios que aplica una corriente determinada de la literatura para comparar los casos abarcados en el conjunto (O´Donell, 1996).

El presente ensayo recepcional intenta caracterizar, describir y explicar los procesos de la democratización, transitología y consolidología de la democracia en Europa y América Latina.

Pero, ¿cómo hablar de democratización, si aún desde la percepción de Dahl (cit.) sobre la democracia sigue siendo un sistema ideal? (al menos desde su orden político caracterizado por su inclusivness y contestatation derivado de su concepto de poliarquía con siete instituciones que siguen siendo necesarias y aún insuficientes) (Carreras, 1999).

Si la democracia sigue siendo aún desde la poliarquía un concepto dinámico e insuficiente, su carácter dinámico alude a una idea de movimiento, a estar aún en construcción y, expresada como transición entre regímenes políticos; partiendo de esta percepción, la consolidación democrática sería, la reducción de las insuficiencias democráticas en un ambiente de estabilidad.

Pero, insuficiencia y estabilidad no son la misma cosa; la primera evoca la necesidad de un carácter positivo, mientras que la segunda a uno negativo y, aunque parece contradictorio, el primero es satisfacer el mantenimiento, completud, construcción democrática, evoca su profundización implícita, mientras que la estabilidad no solo consiste en su permanencia, sino también en evitar su regresión a estadios anteriores e inclusive a su ausencia de dinamismo, a una ausencia progresiva noodinámica, a una ausencia de dinamismo hacia una democracia verdadera, cuyo cumulo de adjetivos solo le otorga insuficiencias parcelarias que la identifican como adjetivación de la insuficiencia; los defectos democráticos.

Desde este planteamiento estaríamos hablando de semidemocracias (Fractal, 1999); por tanto, para este ensayo nos enfocaremos al estudio de su objeto cuya inconsistencia está presente desde el concepto, por cuanto ideal y posiblemente utópico como democracias incompletas a partir de las siguientes interrogantes: ¿Cuáles son las principales variantes - escuelas de ésta área del conocimiento? Y ¿Cuáles han sido sus principales méritos y debilidades?

HISTORIA DEL TEMA

Las sociedades democráticas, desde las más primitivas hasta las más avanzadas, han sido sociedades que requieren de la democracia; sin embargo, hablar de democracias, es hablar de distintas democracias, lo que alude a un carácter diverso. Esta diversidad ha evolucionado esencial e históricamente a partir de la democratización del conocimiento democrático; por tanto, el conocimiento ha sido consecuencia y a diversificado a esas sociedades donde lo fundamental en este momento de transiciones y consolidaciones de la democracia es su impacto en la gran brecha cognitiva que existe entre quienes forman las sociedades democráticas.

La democracia comprende la existencia de ciertas libertades políticas que regulan la toma de decisiones, pues el cambio democrático debe ser reglado y requiere esencialmente de un momento de apertura al cambio; todo cambio social tiene como elemento fundamental la resistencia, tiende a mantener su equilibrio regresando al estado inicial; por lo que, para que se dé esta apertura es necesario una ruptura que la propicie y en el proceso, consolidar el cambio.

Por ello, desde el plano cognitivo, caracterizarlas implica, reconocer cuál es la concepción mínima de democracia y el conjunto de libertades básicas que la harán posible y transitar hacia un cambio de régimen o normativo de sus actores políticos y sociales, a partir de una secuencia ordenada de etapas.

El tránsito hacia la democracia y su consolidación puede verse desde una perspectiva funcionalista, donde la democracia no es una función de las estructuras, sino de estudio correlativo de sus fuerzas. Pero este estudio puede comprenderse mejor a partir de una concepción de sus nexos, caracterizados como minimalistas y maximalistas; comprendiendo el primero ligado simplemente a alguno de sus elementos por cuanto relativo al concepto y, en el segundo, a la posibilidad del todo, por cuanto posibilidad de logro; pues transito y consolidación refieren cosas distintas pero son la misma cosa en sí; los niveles de normalización reflejados como ideal logrado de democratización. El transito está referido a su movimiento continuo y la consolidación a su consumación exitosa.

Un primer momento a considerar como transición hacia la democratización correspondiente al carácter político de la eficacia y efectividad de un régimen y el cambio de uno autoritario a otro democrático como los de América Latina ocurridos en Ecuador (1979), Perú (1980), Bolivia (1982), Uruguay (1984), Brasil (1985) y Paraguay (1989); separando la democracia en tanto régimen de sus implicaciones sociales y/o económicas (Carreras, 1999). Pero también es importante el nivel de institucionalización que determina su influencia del orden normativo de la poliarquía.

Las dos dimensiones de la poliarquía (inclusivness y contestatation) se expresan en sus 7 instituciones: funcionarios electos, elecciones libre y sin fraude, sufragio inclusivo, derecho a ser electo, libertad de expresión, fuentes alternativas de información y libertad de asociación; pero este catalogo de instituciones (aun el propio Dahl) considera, necesitan expandirse en sus atributos hacia la rendición de cuentas horizontal y la vigencia del estado de derecho que permitan mantener el nivel de democracia alcanzado y, evitar la inestabilidad política.

Es obvio que la inestabilidad política se ha relacionado con procesos de modernización, el predominio del presidencialismo con el disimulo de dictaduras bajo formas constitucionales, y el paralelismo entre instituciones políticas democráticas en cuanto a su funcionamiento con comunidades socialmente no democráticas. Se hace necesario entonces un proceso de construcción democrática en nuestros países, a partir del mantenimiento de ciertas condiciones mínimas de la democracia. Una de estas condiciones es la que impide ver la relación clientelismo – particularismo en su función neopatrimonial y delegativa; o la distinción entre la esfera pública y privada en sus características no solo normativas, sino también conductuales, actitudinales y legales; un anhelado régimen de derecho. Pero al mismo tiempo que pueda limitar o impida la regresión, la erosión como un asunto meramente electoral; es decir, la caída de la democracia (Carreras, 1999; 33).

La contrastación cuantitativa del proceso también es parte de su evolución con lo que Hungtington citado por Carreras, intenta con un sentido reduccionista minimizar los problemas y procesos más complejos a un momento de comparación como es la transición de un régimen no democratico a uno democrativo en función del tiempo, como su idea de la tercera ola con un valor definitivamente heurístico. El método comparativo, la comparación intraregional,  los estudios de caso o monografías reducidas a simples variables intervinientes y los informes descriptivos.

Dahl, citado por O´Donell afirma con sus primeros cuatro atributos que las elecciones deben ser generales, limpias y de libre competencia y los tres restantes remiten a libertades políticas y sociales “mínimamente necesarias”, así como al proceso o nivel de institucionalización entre ellas. Las irregularidades electorales (República Dominicana, Haití, México), la destitución arbitrarias (Perú, Rusia), restricciones fuertes y exclusión de ciertas esferas políticas descalifican su poliarquía al ser no institucionalizadas (Guatemala, Paraguay, Salvador, Honduras). La expectativa sigue siendo una vida electoral limpia y libertades implícitas. Esto solo deja tres países (Colombia, Costa Rica y Panamá) y el avance de otros (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Panamá) y dos casos de redemocratización (Chile y Uruguay) (O´Donell, 1996, pág. 2). Sin embargo se considera esta clasificación como muda, con respecto a rasgos como parlamentarismo - presidencialismo, centralismo – federalismo, mayoritarismo – consensualismo, o la presencia o ausencia de una constitución, la rendición de cuentas o el carácter legal extendido sobre el tejido social.

De tal forma que la institucionalización de las elecciones es solo una parte de un patrón regularizado y formalizado de interacción, regulando expectativas y conductas, pero su actuación es intermitente y su corporeidad no siempre es permanente. En consecuencia, consolidación democrática es simplemente la evidencia de que la democracia resiste y persiste.

Otra corriente va más allá de la institucionalización electoral y se centra en organizaciones más complejas como los partidos políticos, el congreso y el poder judicial desde un esquema de patrones comparativos con un sentido teleológico que permite percibir los obstáculos compensatorios que frustran los procesos de cambio manteniéndose en un estado de “no consolidación democrática”, con múltiples interacciones por las etapas sucesivas de su movimiento, su persistencia democrática y su consumación exitosa (O´Donell, 1996, pág. 7); pero sigue siendo una relación entre las reglas formales (e informales) y la conducta observada.

Pero una fijación de las organizaciones complejas y altamente formalizadas impiden ver una institución influyente y encubierta: El clientelismo y el particularismo que va desde ciertos intercambios particularistas jerárquicos, el patronazgo, el nepotismo, los favores y en general, la corrupción, con un carácter neopatrimonial y/o delegativo que determinan diferenciaciones conductuales, legales y normativa entre las esferas pública y privada, en contraposición a las orientaciones universalistas del bienestar público y caracterizadas por fronteras sumamente débiles (O´Donell, 1996, pág. 10).

Incluso en la esfera institucional el particularismo transgrede el formalismo de las instituciones con dos clases de consecuencias: Por una parte sus ritos y discursos estimula la demanda de lo público y por la otra, la hipocresía suscita cinismo. Sin embargo, forman parte del régimen, independientemente del tipo de régimen, perdiendo el sentido original de mantenerse en concordancia entre las reglas formales y la conducta real. Lo cual definitivamente manifiesta un ambiente sumamente ambiguo pues aún elementos como la rendición de cuentas tiene serios obstáculos, pues no basta que se conozca una realidad incompleta o un ilícito, sino que se castigue. Una trasparencia normada, del estado y para el estado, con un ejercicio real de autoridad; y entre autoridades que controlen, detecten y corrijan las violaciones de los límites entre organismos y funcionarios, así como entre lo público y lo privado. Las prácticas autoritarias que persisten no son sino causa de un particularismo generalizado, un gobierno delegativo y una débil rendición de cuentas horizontal (O´Donell, 1996, págs. 14-16).

Y comprender sus diferentes subtipos producto de su adjetivación, una especie de tipología de la incompletud; la adjetivación posiblemente sea tan antigua como la democracia misma, pero se intenta trasladarla de un ambiente específicamente electoral, a un mejor sentido de participación e involucramiento social en los temas que interesan a los ciudadanos (Gómez), lo que implícitamente hace es denotar sus carencias conceptualizando insuficiencias tales como democracia: deliberativa (Avritzer) (Ferez), global (Beck), incluyente (Taylor), paritaria (Cobo), participativa (Máiz), radical (Bosteels), real (Crespo), sustentable (López), entre otras (limitada, oligárquica, controlada, electoral, no liberal, tuteladas o protegidas). Lo que denota un paradigma ideológico interpretativo caracterizada por una percepción apriorística y topológica del profesional de las ciencias políticas (politólogo) en turno (Carreras, 1999, págs. 34,35). Este tipo de estudios nunca son reflejo de la cosa en sí, sino de la percepción construida por los propios autores.

Considerar el tránsito y la consolidación democrática no es solo centrar su estudio en la desaparición de riesgo, amenazas, irregularidades y bloqueos que impiden su normalización equilibrada, para evitar su posible involución o inestabilidad permanente; sino también, de legitimidad institucional, aceptación de marcos normativos, representatividad social, efectividad del régimen, satisfacción social, rendición de cuentas, aceptación del sistema y del liderazgo político; del estado y la política como instancias generales de representación social.

Por otra parte, la visión de Ackerman considera como teoría de la transición hacia la democracia a partir de cinco formas, enfoques o escuelas de pensamiento: La escuela elitista, la sociedad civil, el impacto de la estructura de clases, la economía política y las fuerzas internacionales, examinando sus fortalezas y debilidades.

La democratización como pacto de élites es comprender la transición a través de un paradigma estratégico orientado hacia los actores en lugar de hacia las clases para escapar del determinismo estructural y considerando la moderación como elemento clave para una democratización exitosa y guiado por la élites de líneas dura y suave. La negociación exitosa para la legitimación negociada del régimen como un esfuerzo de ingeniería política (Ackerman, 2006, págs. 129 - 132).

Desde abajo, movimiento de la sociedad como actor político en su “no respuesta” y distanciamiento a las propuestas de la élites. El movimiento social como estructura de oportunidad política; como fuerza impulsora de la transición presionando a las élites para lograr demandas populares. El asociacionalismo con coherencia ideológica y estratégica en la búsqueda de sus intereses específicos (Ackerman, 2006, págs. 133 - 135).

Diferenciando el movimiento social con la estructura de clase; las distinciones en clase media, burguesía, clase trabajadora como actores racionales que históricamente permean entre el desarrollo económico (funcionalismo) y la pérdida de fuerza o caída de la élite que domina dicha clase (estructuralismo) lo que sugiere atender la dinámica de las relaciones entre “clases”, sus procesos y esferas de coalición y su tiempo y nivel de desarrollo (Ackerman, 2006, págs. 136 - 138).

La política económica como factor de transición democrática (por crisis o liberalización) donde las condiciones económicas juegan un papel fundamental al colocar a los líderes bajo escrutinio de la sociedad, y reconocer la posible tendencia de la élite económica hacia el autoritarismo como sótano de seguridad y la posible tendencia de los lideres en la oposición para argumentar oportunidades diferentes donde la dislocación social, la pobreza, la inequidad son suelo fértil para la acción colectiva; aunque no sea necesariamente la situación ideal (Ackerman, 2006, págs. 139 - 140).

Y finalmente las fuerzas internacionales que pueden condicionar y afectar la democratización. El carácter poliárquico por vía de la dependencia, imposición, persuasión o fuerza que desviste y penetra la sociedad con enfoques conceptuales como globalización y liberalismo; una especie de imperialismo enmascarado. Pues en este caso la democracia está subordinada a poderes políticos centrales (Ackerman, 2006, págs. 141 - 144).

De tal forma que lo único precisable desde esta perspectiva es que el debate continuará. Minimalismo, teleologismo, maximalismo, accountabilismo, economismo; parecen ser simplemente más de lo m-“ismo”. Después de todo: ¿Porque no centrar el debate en la ciudadanización teniendo como eje la calidad de vida y la intolerancia de la inequidad? Pues los países desarrollados, independientemente del régimen, no necesitan pensar demasiado la política y la democracia, sino validar de facto, su escaza, limitada, diferencia económica - social como ejercicio interno de bien común; y esto es producto, de su cultura política.

DEBATES CONTEMPORÁNEOS

Los conceptos y modelos básicos de ciclo vital de las transiciones desde conceptualizar la transición democrática, definiéndolo como el intervalo que va desde la vigencia de un régimen autoritario a la instauración de un régimen democrático; su vigencia, crisis y fisuras al interior de la élite dirigente como proceso de apertura controlada y hacia una estrategia negociada no unilateral. La liberalización como estrategia de supervivencia o adaptabilidad del régimen, donde se abren las condiciones limitadas, al pluralismo, y la democratización a través de estrategias de negociación. Comprende su instauración al conjunto de los actores sociales, que la consolidan al institucionalizarla.

Si bien, son enunciados adaptables y ofrece generalidades acerca de los factores que facilitan o dificultan la democracia, exigen muy pocas precondiciones y determina que ningún factor por si solo es suficiente para el surgimiento de la democracia, pero existe una causa común; la disfuncionalidad del estado en que sea compatible en su relación con la democracia, y su capacidad para resolver los problemas de manera más profunda.

Es posible que sea necesario ver la democracia, no como una forma de régimen, sino como una forma de vida que den coherencia a sus componentes: Estado – régimen político – democracia no solo en un sentido electoral, sino en inclusividad, que respete los derechos y libertades políticas a partir de un sistema legal que garantice que nadie esté por encima de la ley, un estado fortalecido, más que una democracia; que haga de toda transición una respuesta acelerada.

CONCLUSIONES

Los estudios de O´Donell y Ackerman seguirán siendo una base importante para propiciar el deseo de continuar el estudio del tránsito y la consolidación de la o las democracias; la, referido al ideal; las, en relación a las múltiples percepciones que hacen de ella una amplia tipología.

Sus tesis y los innumerables esfuerzos empíricos no concluidos seguirán oscilando entre realidad e ideal; entre la realidad teórica y el ideal político, entre el pesimismo y el optimismo, entre su rigurosidad científica y la pertinencia social.

La búsqueda como cuestión de orden justo surgirá de una de sus consecuencias más destacadas; la incompletud percibida desde la ciudadanía dentro de la cuestionada capacidad de las democracias para integrarse a procesos profundos de ciudadanización.

Un proceso complejo, por cuanto social; y necesario, por cuanto casi ausente; que rebase el sello individualista y egoísta de una economía social que privilegia la soledad empoderada de los pocos, ante la intranquilidad de los muchos; un espacio de la ciudadanía, donde la democracia adquiera su asiento sin valores intermedios.

Esperar que solo la institucionalización y las acciones de gobierno lo logren, seguirá siendo un modelo imposible, una utopía verdadera.

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