¡Mediocracia mediocre o ciberciudadanía posible?
Posiblemente, para comprender la ciudadanía en el ciberespacio es necesario hacer un recorrido previo entre lo que representa en la ciencia política los medios masivos, las formas de comunicación entre los ciudadanos ceros y el X-lugar que ocupan como espacio de poder político, donde la dilución democrática y con ella del poder, anula la participación ciudadana; ya Joaquín Sabina nos canta la ausencia de protección de nuestras sociedades cada vez más líquidas; así como de las razones bastante obscuras de la participación ciudadana, anulada en su ciudadanía cero. Esta puede ser una letra muy profunda, aunque él se conforma con que posea, la profundidad de un charco. Y es que el ciudadano, en su anulada participación democrática aún con su paraguas, temerosos del ambiente cambiante, se reconfigura, construyendo nuevas formas de participación social y al mismo tiempo reconfigurando el poder.
Existen estudios sobre la marginalidad y exclusión de la participación ciudadana, la subciudadanía o no ciudadanía caracterizada por prácticas clientelares y autoritarias; donde la modernidad líquida configura una nueva forma de poder y de Estado; donde no basta la reconfiguración de lo social, sino también la reconstrucción de la ciudadanía (Durand, 2008).
José Luis Exeni menciona que el poder se ha reconfigurado al cambiar su orden y características, aunque insiste en que siguen siendo tres; el económico, el mediático y el político; distinguiendo tres niveles entre la comunicación mediatizada y el sistema político: el uso de los medios, su efecto o capacidad de influencia en las acciones y toma de decisiones del poder político, y el gobierno de los medios como un contrapoder en la cual los actores mediáticos se ocuparían del ejercicio del poder (Exeni R. J., 2000).
Construye una definición declarativa de lo que significa la comunicación política, afirmando que esta consiste en “toda comunicación que se relaciona con / influye en / tiene por objeto / la política”; la cual sintetiza en tres criterios analíticos, por su sujeto, su objeto y su ámbito. El primero representado por los actores mediáticos, políticos con exclusión del social; el segundo en el intercambio simbólico, la función de intermediación y la construcción de agendas y el tercero en la relación del sistema político y los medios; así como los nexos entre sistema político y sociedad civil. Lo anterior en términos de ciudadanía plantea ya un conflicto pues en la comunicación en el ciberepacio, la inclusión de la opinión social plantea nuevos objetos de opinión a veces tan poderosas que atraen la atención del sistema político hacia la sociedad civil, que aún sin perceptores objetivos influyen desde el medio y el mensaje en la “percepción” política. Este proceso de comunicación es asistémica en su origen, ya que el cibernauta como sujeto ciudadano intencional solo pone o utiliza su objeto de opinión en su X-lugar, construye desde la simple opinión una posibilidad de audiencia política donde el sujeto perceptor real es el núcleo social coincidente de su X-lugar y potencialmente el sujeto político que solo atenderá su opinión cuando el potencial coincidente se ve realmente efectuado por algún nexo comunicativo mayor, que puede ser un mass media o la cantidad de opiniones coincidentes que transforman la simple opinión en noticia; es decir, su espectacularización.
Solo que este proceso ciudadano ocurre en una relación inversa; pues su carácter sistémico surge del sujeto aislado, individual, del ciudadano solitario acompañado solo de su mensaje tecnológico; es un subsistema comunicativo al cual se adhieren grupos de interés que convierten lo solitario en socialmente coincidente y en un tercer momento y solo como posibilidad estará el tercero involucrado, la representación a través de los perceptores de la política pública y del pensar ciudadano que no necesariamente darán importancia o atenderán su mensaje; si este no es potenciado por los medios que incrementan su espectacularización.
Esta presencia del ciudadano mediático en su quehacer ciudadano en el ciberespacio, trastoca las tendencias de la mediatización pues el sujeto normalmente considerado consumidor, se vuelve proveedor de mensajes de opinión, la exclusión del actor social no es posible desde el medio, aunque si lo será desde la disponibilidad del medio; y las instancias de intermediación como son las organizaciones sociales o los partidos políticos, dejan de ser excluyentes para convertirse en excluidos, si no atienden, aceptan o intentan comprender la libertad solidaria y coincidente de muchos solitarios sociales en el ciberespacio; lo que no solo requiere comprender este tipo de procesos, sino también, modificar los esquemas de representación ante una audiencia que posiblemente ya no los necesita, pues les basta con su mensaje, como forma de conciencia, de una cibersociedad compartida. Es posible que la mediatización no desplace a la representación política, pero si es un elemento que transforma al menos, la manera de percibir la comunicación política y reconfigurando el espacio potencial y real de lo público, que podría atender y ocuparse de ese ambiente de opinión y construir agenda no solo para el mensaje, sino para la participación ciudadana, los recursos involucrados, la conectividad deseada y los ambientes sociales propicios para su desarrollo y enriquecimiento de este plus como tendencia irrenunciable de comunicación política hasta la participación social, por cuanto ejercicio posible desde una audiencia democrática mediatizada.
Posiblemente el concepto de audiovisual sea más cercano a la descripción de lo deseado; se necesita alguien que vea el mensaje y escuche lo que los recursos mediatizados proveen; pues la trivialización de la información política construye pérdida de confianza y apatía hacia la esfera de lo público (Paramio, 2003). Los medios han propiciado contradictoriamente, la desaparición de las identidades colectivas, disolviendo el asociacionismo voluntario; pero al mismo tiempo han desarrollado una cultura individualista que posibilita la acción colectiva desde la desconfianza interpersonal. Las preferencias y preocupaciones individuales se cohesionan en los ambientes mediáticos e intentan incidir en la esfera de lo público. Solo que esta esfera de lo público, presta atención a lo trivial cuando es potenciado por la atención “noticiosa” de los medios más poderosos como la prensa, la radio y la televisión que lo vuelven una cuestión de opinión pública importante. Es la “tele” “visión” de un demos que opina de manera contrastante con la opinión formal de lo político que evidencia, desde su participación, un algo distinto a la posición política donde lo irrelevante adquiere relevancia; no es el poder de la opinión, sino de la opinión convertida en noticia; donde más que el poder de los medios, es el interés de los medios por la noticia, que polarizan los criterios los escenarios de opinión en protagonistas mediatizados exacerbados por su difusión. Es la opinión ciudadana la que solo adquiere importancia política si y solo si es de interés para los medios; este acercamiento a una posible democracia participativa lo que le da valor para acercar a la ciudadanía a reconsideraciones o maquillajes políticos en sus niveles de atención y toma de decisiones.
Importantes análisis de la comunicación política consideran, que los medios posiblemente sean instrumentos de poder, influyen sobre el poder y son un poder; pero también que facilitan la representación política e incluso la hacen posible. Es categórico cuando se afirma que los medios alteran el marco institucional de la democracia y el desempeño de los actores en el sistema político; pero también cuando se plantea, la enorme dificultad de reconocer las causas de “in/gobernabilidad” que se produce como consecuencia del proceso (Exeni R. J., 2005).
En el sentido de la democracia más que en el de mediocracia, se hace necesario el ineludible replanteamiento de una democracia participativa ampliada ante los conceptos de ciudadanía y bien común (Rico, 2009). Ampliada como democracia electrónica, que permita el involucramiento de la opinión ciudadana en la toma de decisiones y reconocimiento de opinión pública, así como proceso de gestión institucional; y bien común, que incremente la satisfacción de los ciudadanos y legitime sus políticas y gobiernos (UEC, 2005) .
No es otra forma de democracia, sino que abre nuevos canales con los que fortalece la representación y optimiza la participación como sujetos deliberantes al aumentar las oportunidades de discusión política, sin desarticular la representación; aproximando al ciudadano con la administración, construyendo redes sociales, ampliando la posibilidad del debate público y haciendo accesible desde este ciber “espacio público” a las instituciones y sus actores políticos . El modelo es relativamente simple; el sector privado que produce, comercializa y apoya la gestión de los proceso tecnológicos, los medios que integran la información política pro los canales tradicionales e Internet, los gobiernos que proveen el acceso extensivo a su información y la posibilidad de interacción con sus ciudadanos, la representación que en su proceso dinámico podrían contemplar la relación entre gobierno electrónico y democracia electrónica implementando sus propios procesos de ciberciudadanización; y en el centro del modelo, los ciudadanos (UEC, 2005).
Pero como cita Menendez desde su percepción sobre Alford y Friedland y en relación a la opinión pública, para que sea funcional requiere de ciudadanos informados, cuyo acceso desigual y parcializado constituye un silencio significativo (Menendez, 2004) , modificando las relaciones de poder al intentar controlar las redes instrumentales globales, el cambio metamórfico de la representación política es desplazado por la participación social; y al mismo tiempo modifica la relación entre Estado y Sociedad . Una representación política que nos remite más a un mimetismo controlado entre representación y participación, o la posible metáfora de la mariposa entre Estado y Sociedad; un Estado que permea entre el mimetismo que devora raíces, tallos y hojas accesibles por su inmediatez sobre la transformación que permita el desarrollo posible del florecimiento y fructificación de una ciudadanía diferente .
Ciudadanía diferenciada que tiene como eje el tercer principio de la representación política moderna en la que los gobernados pueden expresar sus opiniones y deseos políticos sin estar sujetos a los controles de los que gobiernan (Manin, 1998) . Un sistema representativo donde la “democracia de audiencia” está constituida por el gobierno de los expertos en medios (Abascal, 2004). Sin omitir que esto no es tarea fácil, pues seguirá existiendo una amplia gama de posibilidades entre el mandato imperativo del gobernante, la libertad del representante y los derechos y obligaciones de los representados (García, 2000).
Y es desde esta percepción donde ocurre la fractura al estimar los medios como proceso comunicativo y en consecuencia de comunicación política; pues si el sistema comunicativo está conformado básicamente de un emisor, un mensaje y un perceptor; los dos primeros son evidentes, pero el tercero puede o no ocurrir desde la perspectiva de la ciberciudadanía; pues el tercer componente del proceso es simplemente una posibilidad. La fuerza o nulidad de este tercer elemento es dependiente del tercero involucrado; casi siempre un medio como intermediario en la atención política. Son los medios lo que informan, persuaden y socializan; pero ya no definen tanto las preferencias y menos las opiniones de los ciudadanos; es una relación conjugada (Trejo, 2009). E integran esta relación a menos tres actores: la opinión pública, los políticos y los medios; solo que este proceso es casi siempre unidireccional; pues la comunicación política es más potencial que real. Es una especie de sondeo no controlado de la relación entre gobernantes y gobernados, donde los medios prensa, radio, televisión, con base en sus particulares intereses llaman la atención y al cual los ciudadanos pueden adherirse (Botero, 2006), o bien, renunciar a su propio juicio incrementando la “espiral del silencio” (Noelle - Neumann, 1992).
Si se define la opinión pública como “aquella que puede ser expresada en público sin riesgo de sanciones, y en la cual puede fundarse la acción llevada adelante en público” , el lector del mensaje en su intensión solo cuenta con dos opciones, la aditiva al unirse en coincidencia a la opinión pública dominante que tiene implícitos la posibilidad de sumisión o rebeldía; y la excluyente que lo puede arrojar al aislamiento. Y la posible oscilación entre palabra y opinión pública como principio de autoridad que exige al menos una posición entre consentimiento, contradicción o silencio (Noelle - Neumann, 1992).
De lo anterior surge la necesidad de caracterizar en qué consiste la atención pública; pues si bien los medios intentan atraerla, con sus procesos de comunicación unidireccional, indirecta, pero pública; los sujetos, objetos de esta acción pueden modelar su nivel y criterio de atención con base a la información mediatizada, o bien como producto del colectivo que sufre o disfruta desde su realidad, algo totalmente distinto; uno desde la información – producto; el otro desde la vivencia – contexto. Y en ambos la posibilidad de que el argumento mediado choque contra la realidad inmediata produciendo diferentes niveles de simpatía o conflicto, que dependiendo de la notoriedad de la forma y medio, transforma el clima de opinión y por ende, la percepción social. Aún con la posibilidad de constituir una sociedad de riesgo (Gutiérrez) y consolidando sus asimetrías.
Lo anterior parece indicar que existe un tránsito natural desde la democracia representativa al de democracia participativa; e implícitamente de la calidad de la democracia; y en este proceso participativo, aún cuando es de baja intensidad, propicia al mismo tiempo una aproximación más dedicada desde los partidos políticos hacia el reconocimiento de la opinión ciudadana (Roland, 2008); que del gobernante en la construcción de su agenda política ; pues este último ya dispone de una agenda pública, aún sin la consulta ciudadana; mientras que los partidos concurren al reconocimiento de la opinión diferente de sus representados.
Pero por otro lado está la forma de comunicación; pues las redes sociales que en los últimos años han tenido un crecimiento increíble; la opinión trivializada, el comentario adhesivo, la crítica insustentable, las propuestas endebles y el ejercicio argumentativo son tan pobres, que estimulan lo intrascendente.
Las nuevas dinámicas sociales requieren de la transformación de los proyectos políticos convirtiéndolos en más innovadores y eficientes; y al mismo tiempo transformar desde la acción política, a las instituciones democráticas, fortaleciéndolas y construyendo los espacios de adaptación institucional que mantenga su equilibrio, ante el déficit de estatalidad. Una de las interrogantes fundamentales, estará determinada por la capacidad de los sistemas por adaptarse y absorber las nuevas formas de representación. Y este proceso adaptativo implica que los proyectos de liderazgo tengan la capacidad de convertir lo simbólico en concreto; de su capacidad empática de construir redes coincidentes con la ciudadanía como una exigencia de ella y al mismo tiempo como parte activa de los procesos políticos; una ciudadanía más vinculada con la autoridad y con su toma de decisiones, lo que denota un principio de proximidad (Díaz - Tendero, 2006) posible con esa “sociedad líquida”, fluida y multiforme, que en su búsqueda adictiva de seguridad, construye y deconstruye desde la superficialidad, el temor al miedo (Vázquez, 2003) . Una fluidez que les permite viajar entre territorios sin fronteras, en ambientes multiculturales distribuyendo responsabilidad y riesgo (Mora, 2008); entre una sociedad postmoderna enredada digitalmente, y al mismo tiempo, como un sistema autoecorregulado, pero multifragmentado . ¿Desde estos conceptos, estaríamos hablando entonces de la necesidad de una democracia líquida?¿Pero cómo podría ser esta y cual su representación? O nos solidificamos con lo que afirma Zygmunt Bauman “Hoy todo es global, menos la política” (Villapadierna, 2010); pero el poder, “seguirá jugándose en el campo del Estado” .
Ciudadano cero,
que razón oscura te hizo salir del agujero.
siempre sin paraguas,
siempre a merced del aguacero.
Joaquín Sabina
que razón oscura te hizo salir del agujero.
siempre sin paraguas,
siempre a merced del aguacero.
Joaquín Sabina
Posiblemente, para comprender la ciudadanía en el ciberespacio es necesario hacer un recorrido previo entre lo que representa en la ciencia política los medios masivos, las formas de comunicación entre los ciudadanos ceros y el X-lugar que ocupan como espacio de poder político, donde la dilución democrática y con ella del poder, anula la participación ciudadana; ya Joaquín Sabina nos canta la ausencia de protección de nuestras sociedades cada vez más líquidas; así como de las razones bastante obscuras de la participación ciudadana, anulada en su ciudadanía cero. Esta puede ser una letra muy profunda, aunque él se conforma con que posea, la profundidad de un charco. Y es que el ciudadano, en su anulada participación democrática aún con su paraguas, temerosos del ambiente cambiante, se reconfigura, construyendo nuevas formas de participación social y al mismo tiempo reconfigurando el poder.
Existen estudios sobre la marginalidad y exclusión de la participación ciudadana, la subciudadanía o no ciudadanía caracterizada por prácticas clientelares y autoritarias; donde la modernidad líquida configura una nueva forma de poder y de Estado; donde no basta la reconfiguración de lo social, sino también la reconstrucción de la ciudadanía (Durand, 2008).
José Luis Exeni menciona que el poder se ha reconfigurado al cambiar su orden y características, aunque insiste en que siguen siendo tres; el económico, el mediático y el político; distinguiendo tres niveles entre la comunicación mediatizada y el sistema político: el uso de los medios, su efecto o capacidad de influencia en las acciones y toma de decisiones del poder político, y el gobierno de los medios como un contrapoder en la cual los actores mediáticos se ocuparían del ejercicio del poder (Exeni R. J., 2000).
Construye una definición declarativa de lo que significa la comunicación política, afirmando que esta consiste en “toda comunicación que se relaciona con / influye en / tiene por objeto / la política”; la cual sintetiza en tres criterios analíticos, por su sujeto, su objeto y su ámbito. El primero representado por los actores mediáticos, políticos con exclusión del social; el segundo en el intercambio simbólico, la función de intermediación y la construcción de agendas y el tercero en la relación del sistema político y los medios; así como los nexos entre sistema político y sociedad civil. Lo anterior en términos de ciudadanía plantea ya un conflicto pues en la comunicación en el ciberepacio, la inclusión de la opinión social plantea nuevos objetos de opinión a veces tan poderosas que atraen la atención del sistema político hacia la sociedad civil, que aún sin perceptores objetivos influyen desde el medio y el mensaje en la “percepción” política. Este proceso de comunicación es asistémica en su origen, ya que el cibernauta como sujeto ciudadano intencional solo pone o utiliza su objeto de opinión en su X-lugar, construye desde la simple opinión una posibilidad de audiencia política donde el sujeto perceptor real es el núcleo social coincidente de su X-lugar y potencialmente el sujeto político que solo atenderá su opinión cuando el potencial coincidente se ve realmente efectuado por algún nexo comunicativo mayor, que puede ser un mass media o la cantidad de opiniones coincidentes que transforman la simple opinión en noticia; es decir, su espectacularización.
Solo que este proceso ciudadano ocurre en una relación inversa; pues su carácter sistémico surge del sujeto aislado, individual, del ciudadano solitario acompañado solo de su mensaje tecnológico; es un subsistema comunicativo al cual se adhieren grupos de interés que convierten lo solitario en socialmente coincidente y en un tercer momento y solo como posibilidad estará el tercero involucrado, la representación a través de los perceptores de la política pública y del pensar ciudadano que no necesariamente darán importancia o atenderán su mensaje; si este no es potenciado por los medios que incrementan su espectacularización.
Esta presencia del ciudadano mediático en su quehacer ciudadano en el ciberespacio, trastoca las tendencias de la mediatización pues el sujeto normalmente considerado consumidor, se vuelve proveedor de mensajes de opinión, la exclusión del actor social no es posible desde el medio, aunque si lo será desde la disponibilidad del medio; y las instancias de intermediación como son las organizaciones sociales o los partidos políticos, dejan de ser excluyentes para convertirse en excluidos, si no atienden, aceptan o intentan comprender la libertad solidaria y coincidente de muchos solitarios sociales en el ciberespacio; lo que no solo requiere comprender este tipo de procesos, sino también, modificar los esquemas de representación ante una audiencia que posiblemente ya no los necesita, pues les basta con su mensaje, como forma de conciencia, de una cibersociedad compartida. Es posible que la mediatización no desplace a la representación política, pero si es un elemento que transforma al menos, la manera de percibir la comunicación política y reconfigurando el espacio potencial y real de lo público, que podría atender y ocuparse de ese ambiente de opinión y construir agenda no solo para el mensaje, sino para la participación ciudadana, los recursos involucrados, la conectividad deseada y los ambientes sociales propicios para su desarrollo y enriquecimiento de este plus como tendencia irrenunciable de comunicación política hasta la participación social, por cuanto ejercicio posible desde una audiencia democrática mediatizada.
Posiblemente el concepto de audiovisual sea más cercano a la descripción de lo deseado; se necesita alguien que vea el mensaje y escuche lo que los recursos mediatizados proveen; pues la trivialización de la información política construye pérdida de confianza y apatía hacia la esfera de lo público (Paramio, 2003). Los medios han propiciado contradictoriamente, la desaparición de las identidades colectivas, disolviendo el asociacionismo voluntario; pero al mismo tiempo han desarrollado una cultura individualista que posibilita la acción colectiva desde la desconfianza interpersonal. Las preferencias y preocupaciones individuales se cohesionan en los ambientes mediáticos e intentan incidir en la esfera de lo público. Solo que esta esfera de lo público, presta atención a lo trivial cuando es potenciado por la atención “noticiosa” de los medios más poderosos como la prensa, la radio y la televisión que lo vuelven una cuestión de opinión pública importante. Es la “tele” “visión” de un demos que opina de manera contrastante con la opinión formal de lo político que evidencia, desde su participación, un algo distinto a la posición política donde lo irrelevante adquiere relevancia; no es el poder de la opinión, sino de la opinión convertida en noticia; donde más que el poder de los medios, es el interés de los medios por la noticia, que polarizan los criterios los escenarios de opinión en protagonistas mediatizados exacerbados por su difusión. Es la opinión ciudadana la que solo adquiere importancia política si y solo si es de interés para los medios; este acercamiento a una posible democracia participativa lo que le da valor para acercar a la ciudadanía a reconsideraciones o maquillajes políticos en sus niveles de atención y toma de decisiones.
Importantes análisis de la comunicación política consideran, que los medios posiblemente sean instrumentos de poder, influyen sobre el poder y son un poder; pero también que facilitan la representación política e incluso la hacen posible. Es categórico cuando se afirma que los medios alteran el marco institucional de la democracia y el desempeño de los actores en el sistema político; pero también cuando se plantea, la enorme dificultad de reconocer las causas de “in/gobernabilidad” que se produce como consecuencia del proceso (Exeni R. J., 2005).
En el sentido de la democracia más que en el de mediocracia, se hace necesario el ineludible replanteamiento de una democracia participativa ampliada ante los conceptos de ciudadanía y bien común (Rico, 2009). Ampliada como democracia electrónica, que permita el involucramiento de la opinión ciudadana en la toma de decisiones y reconocimiento de opinión pública, así como proceso de gestión institucional; y bien común, que incremente la satisfacción de los ciudadanos y legitime sus políticas y gobiernos (UEC, 2005) .
No es otra forma de democracia, sino que abre nuevos canales con los que fortalece la representación y optimiza la participación como sujetos deliberantes al aumentar las oportunidades de discusión política, sin desarticular la representación; aproximando al ciudadano con la administración, construyendo redes sociales, ampliando la posibilidad del debate público y haciendo accesible desde este ciber “espacio público” a las instituciones y sus actores políticos . El modelo es relativamente simple; el sector privado que produce, comercializa y apoya la gestión de los proceso tecnológicos, los medios que integran la información política pro los canales tradicionales e Internet, los gobiernos que proveen el acceso extensivo a su información y la posibilidad de interacción con sus ciudadanos, la representación que en su proceso dinámico podrían contemplar la relación entre gobierno electrónico y democracia electrónica implementando sus propios procesos de ciberciudadanización; y en el centro del modelo, los ciudadanos (UEC, 2005).
Pero como cita Menendez desde su percepción sobre Alford y Friedland y en relación a la opinión pública, para que sea funcional requiere de ciudadanos informados, cuyo acceso desigual y parcializado constituye un silencio significativo (Menendez, 2004) , modificando las relaciones de poder al intentar controlar las redes instrumentales globales, el cambio metamórfico de la representación política es desplazado por la participación social; y al mismo tiempo modifica la relación entre Estado y Sociedad . Una representación política que nos remite más a un mimetismo controlado entre representación y participación, o la posible metáfora de la mariposa entre Estado y Sociedad; un Estado que permea entre el mimetismo que devora raíces, tallos y hojas accesibles por su inmediatez sobre la transformación que permita el desarrollo posible del florecimiento y fructificación de una ciudadanía diferente .
Ciudadanía diferenciada que tiene como eje el tercer principio de la representación política moderna en la que los gobernados pueden expresar sus opiniones y deseos políticos sin estar sujetos a los controles de los que gobiernan (Manin, 1998) . Un sistema representativo donde la “democracia de audiencia” está constituida por el gobierno de los expertos en medios (Abascal, 2004). Sin omitir que esto no es tarea fácil, pues seguirá existiendo una amplia gama de posibilidades entre el mandato imperativo del gobernante, la libertad del representante y los derechos y obligaciones de los representados (García, 2000).
Y es desde esta percepción donde ocurre la fractura al estimar los medios como proceso comunicativo y en consecuencia de comunicación política; pues si el sistema comunicativo está conformado básicamente de un emisor, un mensaje y un perceptor; los dos primeros son evidentes, pero el tercero puede o no ocurrir desde la perspectiva de la ciberciudadanía; pues el tercer componente del proceso es simplemente una posibilidad. La fuerza o nulidad de este tercer elemento es dependiente del tercero involucrado; casi siempre un medio como intermediario en la atención política. Son los medios lo que informan, persuaden y socializan; pero ya no definen tanto las preferencias y menos las opiniones de los ciudadanos; es una relación conjugada (Trejo, 2009). E integran esta relación a menos tres actores: la opinión pública, los políticos y los medios; solo que este proceso es casi siempre unidireccional; pues la comunicación política es más potencial que real. Es una especie de sondeo no controlado de la relación entre gobernantes y gobernados, donde los medios prensa, radio, televisión, con base en sus particulares intereses llaman la atención y al cual los ciudadanos pueden adherirse (Botero, 2006), o bien, renunciar a su propio juicio incrementando la “espiral del silencio” (Noelle - Neumann, 1992).
Si se define la opinión pública como “aquella que puede ser expresada en público sin riesgo de sanciones, y en la cual puede fundarse la acción llevada adelante en público” , el lector del mensaje en su intensión solo cuenta con dos opciones, la aditiva al unirse en coincidencia a la opinión pública dominante que tiene implícitos la posibilidad de sumisión o rebeldía; y la excluyente que lo puede arrojar al aislamiento. Y la posible oscilación entre palabra y opinión pública como principio de autoridad que exige al menos una posición entre consentimiento, contradicción o silencio (Noelle - Neumann, 1992).
De lo anterior surge la necesidad de caracterizar en qué consiste la atención pública; pues si bien los medios intentan atraerla, con sus procesos de comunicación unidireccional, indirecta, pero pública; los sujetos, objetos de esta acción pueden modelar su nivel y criterio de atención con base a la información mediatizada, o bien como producto del colectivo que sufre o disfruta desde su realidad, algo totalmente distinto; uno desde la información – producto; el otro desde la vivencia – contexto. Y en ambos la posibilidad de que el argumento mediado choque contra la realidad inmediata produciendo diferentes niveles de simpatía o conflicto, que dependiendo de la notoriedad de la forma y medio, transforma el clima de opinión y por ende, la percepción social. Aún con la posibilidad de constituir una sociedad de riesgo (Gutiérrez) y consolidando sus asimetrías.
Lo anterior parece indicar que existe un tránsito natural desde la democracia representativa al de democracia participativa; e implícitamente de la calidad de la democracia; y en este proceso participativo, aún cuando es de baja intensidad, propicia al mismo tiempo una aproximación más dedicada desde los partidos políticos hacia el reconocimiento de la opinión ciudadana (Roland, 2008); que del gobernante en la construcción de su agenda política ; pues este último ya dispone de una agenda pública, aún sin la consulta ciudadana; mientras que los partidos concurren al reconocimiento de la opinión diferente de sus representados.
Pero por otro lado está la forma de comunicación; pues las redes sociales que en los últimos años han tenido un crecimiento increíble; la opinión trivializada, el comentario adhesivo, la crítica insustentable, las propuestas endebles y el ejercicio argumentativo son tan pobres, que estimulan lo intrascendente.
Las nuevas dinámicas sociales requieren de la transformación de los proyectos políticos convirtiéndolos en más innovadores y eficientes; y al mismo tiempo transformar desde la acción política, a las instituciones democráticas, fortaleciéndolas y construyendo los espacios de adaptación institucional que mantenga su equilibrio, ante el déficit de estatalidad. Una de las interrogantes fundamentales, estará determinada por la capacidad de los sistemas por adaptarse y absorber las nuevas formas de representación. Y este proceso adaptativo implica que los proyectos de liderazgo tengan la capacidad de convertir lo simbólico en concreto; de su capacidad empática de construir redes coincidentes con la ciudadanía como una exigencia de ella y al mismo tiempo como parte activa de los procesos políticos; una ciudadanía más vinculada con la autoridad y con su toma de decisiones, lo que denota un principio de proximidad (Díaz - Tendero, 2006) posible con esa “sociedad líquida”, fluida y multiforme, que en su búsqueda adictiva de seguridad, construye y deconstruye desde la superficialidad, el temor al miedo (Vázquez, 2003) . Una fluidez que les permite viajar entre territorios sin fronteras, en ambientes multiculturales distribuyendo responsabilidad y riesgo (Mora, 2008); entre una sociedad postmoderna enredada digitalmente, y al mismo tiempo, como un sistema autoecorregulado, pero multifragmentado . ¿Desde estos conceptos, estaríamos hablando entonces de la necesidad de una democracia líquida?¿Pero cómo podría ser esta y cual su representación? O nos solidificamos con lo que afirma Zygmunt Bauman “Hoy todo es global, menos la política” (Villapadierna, 2010); pero el poder, “seguirá jugándose en el campo del Estado” .
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